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La estrategia fallida: cuando todos ganan, pero nadie pierde

  • Foto del escritor: Luis Daniel Pérez
    Luis Daniel Pérez
  • 20 ago
  • 2 Min. de lectura

Hay un viejo chiste en la política que dice: “Las victorias tienen muchos padres, pero las derrotas son huérfanas”. Y qué razón tiene. Cuando un candidato gana, mágicamente aparecen estrategas, asesores y gurús electorales que se cuelgan la medalla. Pero cuando se pierde, nadie fue, todos se esconden y la culpa es como una piñata: se reparte a golpes entre todos.


El problema es que en política tener una estrategia no significa tener una buena estrategia. Muchos confunden el simple hecho de armar un plan con estar encaminados al éxito. Y ahí empieza el autoengaño.


Campañas nacidas para fracasar


  • El “candidato natural”: Ese que entra a la contienda convencido de que solo por su carisma, apellido o “fuerza moral” la gente votará por él. Resultado: discursos vacíos, equipos improvisados y promesas recicladas. Estrategia cero.


  • La campaña “del amigo”: Cuando el candidato pone a dirigir su campaña al compadre, al sobrino que sabe “de redes” o a la comadre que “tiene buenas ideas”. Resultado: improvisación, ocurrencias y un cementerio en redes sociales.


  • La copia barata: Campañas que imitan slogans, colores o dinámicas de quienes sí ganaron en otro lado. El problema es que lo que funciona en Monterrey no necesariamente prende en Oaxaca, y lo que hace un Macron no le queda a un Sergio Mayer.


La política está llena de “estrategas” que confunden PowerPoint con poder real. Presentan planes bonitos, con gráficas de colores, palabras rimbombantes como “territorialidad”, “narrativa disruptiva” y “funnel de votantes”. Pero cuando llega la realidad, esas “estrategias” se derrumban al primer contacto con la calle.


Y es ahí cuando se confirma la regla de oro: “Sale más caro recomponer una estrategia fallida que hacer una correcta desde el inicio”.


Porque corregir sobre la marcha significa dinero, tiempo y credibilidad perdidos. Una campaña que arranca mal, normalmente muere mal.


Al final, en la derrota todos se convierten en críticos profesionales, señalando al otro: que si el candidato no caminó, que si el partido no apoyó, que si la gente no salió, que si el clima, que si el voto duro, que si el voto blando, que si el TikTok no jaló, que si hubo traición, etcétera. Todo menos admitir la verdad incómoda: la estrategia y la campaña en general era mala desde el principio.


La lección es simple pero dolorosa: no basta con tener un plan, hay que tener el plan correcto. Porque en la política, como en el ajedrez, no todos los que se creen estrategas saben mover las piezas.

 
 
 

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