México ante la tormenta global
- Iñaki Fernández

- 17 ago
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Actualizado: 20 ago
“Cuando Estados Unidos estornuda, México se resfría”, dice el dicho que, más allá del cliché, sigue describiendo con precisión la fragilidad de nuestra economía frente a los vaivenes de la política y la economía mundial. Hoy, ese estornudo parece más bien un contagio directo producto de aranceles, recrudecimiento y conflictos internacionales que obligan a preguntarnos: ¿qué le espera a México en el panorama geopolítico y económico?
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca se ha desatado una ola de incertidumbre global y nuestra economía no está exenta. Con su estilo que lo caracteriza, Trump no ha tardado en reinstalar una retórica agresiva hacia el sur y nuestro país. Su promesa de ampliar los aranceles para “proteger a la industria americana” amenaza con desequilibrar los flujos comerciales que sostienen buena parte del crecimiento mexicano. Recordemos que más del 80% de nuestras exportaciones van a Estados Unidos. Una revisión hostil del T-MEC o nuevos impuestos a productos mexicanos golpearían de lleno a sectores clave como el automotriz, el agrícola y el de manufactura ligera.
A esto se suma el endurecimientos de los operativos y redadas por parte de ICE contra los migrantes ilegales. No se trata solo de retórica de campaña. Las medidas ejecutivas, el impuesto sobre el envío de remesas y los ya mencionados opertivos de las autoridades americanas contra nuestros paisanos, podrían tensar la relación bilateral en temas de cooperación, seguridad y frontera. No olvidar que sigue la exigencia de contener a centroamericanos, sudamericanos e incluso africanos, lo que podría provocar una crisis humanitaria lo largo del país, sobrecargando los ya débiles sistemas estatales de salud.
En paralelo, el mundo enfrenta una reconfiguración geopolítica peligrosa. La guerra entre Ucrania y Rusia sigue sin visos de resolución, mientras la OTAN incrementa su participación directa. El conflicto no solo afecta la seguridad internacional, también impacta en los precios del gas, los fertilizantes y los cereales, con efectos inflacionarios globales. México importa buena parte de sus fertilizantes y granos, por lo que los agricultores nacionales enfrentan mayores costos que, inevitablemente, se trasladan a los precios de los alimentos.
Y más recientemente, el enfrentamiento directo entre Israel e Irán abre un nuevo frente de inestabilidad. Aunque parece un conflicto lejano, sus consecuencias son cercanas: el precio del petróleo sube con cada misil lanzado en Medio Oriente. Un incremento sostenido en los energéticos se traduce en aumento del transporte, de la electricidad y de la cadena de suministros en su conjunto, sin dejar de lado la carga que conlleva el subsidio a la gasolina magna por parte del gobierno.
Este cúmulo de tensiones externas encuentra a México en una situación económica ambivalente. Por un lado, se ha consolidado como un destino atractivo para el nearshoring, gracias a su cercanía con EE. UU. y su red de tratados. Empresas globales están instalando operaciones en el norte del país y el Bajío, lo que podría generar empleos y desarrollo regional. Por otro lado, la fortaleza del peso encarece las exportaciones y golpea a sectores que dependen de la venta al exterior.
El Banco de México ha logrado contener la inflación, pero a costa de mantener altas las tasas de interés, lo cual frena el consumo y la inversión interna. Las familias mexicanas siguen pagando créditos caros, enfrentan aumentos en la canasta básica y ven cómo su salario pierde poder adquisitivo. Según datos recientes del INEGI, más del 40% de la población ocupada gana menos de dos salarios mínimos. Las distintas estimaciones para la economía nacional indican que México crecerá alrededor del 0.5%. Para la mayoría de los hogares esa cifra resulta una abstracción, lo que si es tangible es el encarecimiento de la vida diaria, salarios que difícilmente cubren las necesidades de las familias mexicanas y poco empleo de calidad.
Frente a este escenario, la presidenta de México deberá navegar con extrema cautela. Claudia Sheinbaum tendrá que equilibrar la política interna – de por sí compleja por temas como seguridad y justicia – con una diplomacia pragmática y firme. No será suficiente con apelar a la soberanía o con mensajes de unidad nacional. Se requerirá una estrategia comercial agresiva, una política fiscal que proteja a los sectores más vulnerables y una inversión inteligente en infraestructura y educación para hacer frente a la tormenta. Resultará sumamente interesante ver los resultados de su gira en Canadá por motivos de la cumbre del G7. Desafortunada la cancelación de último momento de la reunión de una hora con Donald Trump; habrá que estar atentos a una posible reunión en el futuro.
México no está condenado, pero tampoco está blindado. La clave será cómo interpretamos y reaccionamos a este nuevo tablero global, uno donde la economía ya no se mueve solo por mercados, sino por guerras, fronteras y decisiones unilaterales. En ese mundo, el bolsillo de las familias mexicanas será el termómetro más sensible del rumbo que tome el país. Es tiempo de apostar por lo hecho en México y nuestros productos y servicios.






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